The Danger of a Single Story (en español) | Facing History & Ourselves
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The Danger of a Single Story (en español)

Nigerian writer Chimamanda Adichie challenges us to consider the power of stories to influence identity, shape stereotypes, and build paths to empathy. This reading is in Spanish.  
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This resource is intended for educators in the United States who are applying Spanish-language resources in the classroom.

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Language

Spanish
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Asunto

  • Civics & Citizenship
  • History
  • Human & Civil Rights
  • The Holocaust
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"The Danger of a Single Story" Reading

Date of Publication: August 2016

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El Peligro de la Historia Única

Chimamanda Ngozi Adichie es una escritora que ha ganado varios premios por sus novelas, relatos cortos y ensayos. Nació en Nigeria y estudió en universidades de Nigeria y de los Estados Unidos. Ahora reside en ambos países. En su charla de TED, “El peligro de la historia única”, Adichie describe las repercusiones que las etiquetas pueden tener en la manera como pensamos sobre nosotros mismos y los demás.

Vengo de una familia nigeriana convencional de clase media. Mi padre era profesor universitario. Mi madre era administradora. Y, como era costumbre, teníamos personal de servicios domésticos, generalmente proveniente de aldeas rurales cercanas. Cuando cumplí ocho años, recibimos a un empleado doméstico. Su nombre era Fide. Lo único que mi madre nos dijo sobre él era que su familia era muy pobre. Mi madre le enviaba a su familia ñame, arroz y nuestra ropa usada. Cuando yo no terminaba mi cena, mi madre decía: “¡Termina tu cena! ¿Acaso no sabes que personas como la familia de Fide no tienen nada?” Así que sentía mucha lástima por la familia de Fide.

Luego, un sábado fuimos a su aldea a visitarlos y su madre nos mostró una canasta diseñada a la perfección, que el hermano de Fide había tejido con rafia teñida. Quedé sorprendida; pues no se me había ocurrido que alguien en su familia pudiera hacer algo. Solo había escuchado hablar de su terrible pobreza, así que para mí era imposible verlos como algo más que pobres. Su pobreza era la única historia que conocía sobre ellos.

Años después, pensé en eso cuando salí de Nigeria para ir a la universidad en los Estados Unidos. Yo tenía 19 años. Mi compañera de habitación estadounidense quedó impresionada conmigo, me preguntó en dónde había aprendido a hablar inglés tan bien, y se sintió confundida cuando le dije que, de hecho, el idioma oficial de Nigeria era el inglés. Me preguntó si podía escuchar, lo que ella llamaba, mi “música tribal” y, por supuesto, se sintió muy desilusionada cuando reproduje la cinta de Mariah Carey [cantante popular estadounidense]. Ella asumía que yo no sabía usar una estufa.

Lo que más me sorprendió fue que ella sentía pena por mí, incluso antes de conocerme. Su actitud anticipada hacia mí, como africana, era una especie de lástima condescendiente y bien intencionada. Mi compañera de habitación solo conocía una historia de África: una historia única de catástrofes; en dicha historia única, no cabía la posibilidad de que los africanos se parecieran a ella de ninguna manera; no cabía la posibilidad de sentir algo más complejo que lástima; no cabía la posibilidad de crear una conexión como seres humanos iguales.

Debo decir que antes de ir a los Estados Unidos, no me identificaba de manera consciente como africana, pero en los Estados Unidos, siempre que se hacía referencia a África las personas recurrían a mí; no importaba que yo no supiera nada sobre países como Namibia. Sin embargo, aprendí a acoger esta nueva identidad y, hoy en día, me veo a mí misma como africana, en muchos sentidos…

Así que, luego de pasar algunos años en los Estados Unidos como africana, comencé a entender la reacción de mi compañera de habitación. Si no hubiera crecido en Nigeria, y si solo hubiera conocido África a través de imágenes populares, yo también habría pensado que África era un lugar de hermosos paisajes y animales, y de gente incomprensible que libran guerras sin sentido y mueren a causa de la pobreza y del sida, incapaces de hablar por sí mismos y que esperan ser salvados por un extranjero blanco y gentil. Hubiera visto a los africanos de la misma manera en que había visto a la familia de Fide, cuando era una niña…

Empecé a entender que mi compañera de habitación estadounidense debió haber visto y escuchado, a lo largo de su vida, diferentes versiones de esta historia única…

Pero debo añadir cuanto antes que yo también soy igual de culpable si nos referimos al asunto de la historia única. Hace unos años, viajé de los Estados Unidos a México. En esa época, el clima político de los Estados Unidos era tenso y había debates sobre la inmigración. Y, como suele ocurrir en los Estados Unidos, la inmigración se volvió sinónimo de mexicanos. Hubo un sinfín de noticias de mexicanos que saqueaban el sistema de salud, que se escabullían por la frontera, que eran arrestados en la frontera, ese tipo de noticias.

Recuerdo mi primer día, dando una vuelta por Guadalajara, mirando a las personas mientras se desplazaban al trabajo, preparaban tortillas en la plaza de mercado, fumaban y reían. Recuerdo que al comienzo me sentí un poco sorprendida y luego me embargó la vergüenza. Me di cuenta que había estado tan inmersa en el cubrimiento mediático sobre los mexicanos que se habían convertido en una sola cosa en mi mente: inmigrantes abyectos. Había creído en la historia única sobre los mexicanos y no podría haber sentido más vergüenza de mí misma. Es así como se crea una historia única, mostrando a las personas como una cosa, como una sola cosa, una y otra vez, hasta que se convierten en eso.

Es imposible hablar de la historia única sin hablar del poder. Existe una palabra en igbo [un idioma hablado en Nigeria], que recuerdo cada vez que pienso en las estructuras de poder en el mundo, esa palabra es “nkali”; un sustantivo cuya traducción es “ser más grande que el otro”. Al igual que nuestros mundos políticos y económicos, las historias también se definen por el principio de nkali: cómo se cuentan, quién las cuenta, cuándo se cuentan, cuántas historias se cuentan; en realidad, todo depende del poder.

El poder es la capacidad no solo de contar la historia de otra persona, sino de convertirla en la historia definitiva de esa persona…[L]a verdad es que tuve una infancia muy feliz, llena de risas y amor, en el seno de una familia muy unida.

Pero también tuve abuelos que murieron en campos de refugiados; mi primo Polle murió porque no pudo recibir atención médica adecuada; uno de mis amigos más cercanos, Okoloma, murió a causa de un accidente aéreo porque nuestros camiones de bomberos no tenían agua. Crecí bajo regímenes militares represivos que menospreciaban la educación, por lo que mis padres a veces no recibían sus salarios. En consecuencia, en mi infancia, vi la jalea desaparecer de la mesa a la hora del desayuno, luego fue la margarina; después, el pan se volvió muy costoso y luego racionaron la leche. Y, más que nada, una especie de temor político generalizado invadió nuestras vidas.

Lo que soy ahora, es producto de todas estas historias, pero insistir solo en historias negativas sería simplificar mi experiencia y pasar por alto muchas otras historias que me formaron. La historia única crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que estén incompletos. Hacen que una sola historia se convierta en la única historia.

Por supuesto, África es un continente plagado de catástrofes: algunas son inmensas, como las terribles violaciones en el Congo y otras son deprimentes, como el hecho de que se postulen 5,000 personas por cada vacante laboral en Nigeria. Sin embargo, existen otras historias que no hablan de catástrofes y es igualmente importante hablar de ellas.

Siempre he pensado que es imposible relacionarse adecuadamente con un lugar o una persona sin relacionarse con todas las historias de ese lugar y esa persona. La consecuencia de la historia única es que… despoja a las personas de su dignidad; dificulta el reconocimiento de nuestra igualdad humana; enfatiza nuestras diferencias en lugar de nuestras similitudes. Entonces, ¿qué tal si el debate sobre la inmigración, entre los Estados Unidos y México, me hubiera influenciado antes de mi viaje a México? ¿Qué tal si mi madre nos hubiera explicado que la familia de Fide era pobre y muy trabajadora? ¿Qué tal si tuviésemos una cadena de televisión africana que presentara diversas historias africanas en todo el mundo?…

… ¿Qué tal si mi compañera de habitación hubiera sabido algo sobre la abogada que recientemente acudió a los tribunales en Nigeria con el fin de demandar una ley ridícula que les exigía a las mujeres obtener el consentimiento de sus esposos para renovar sus pasaportes? ¿Qué tal si mi compañera de habitación hubiera sabido algo sobre Nollywood?, un lugar repleto de personas innovadoras que hacen películas a pesar de las grandes deficiencias técnicas; películas tan populares que son realmente el mejor ejemplo de cómo los nigerianos consumen lo que producen. ¿Qué tal si mi compañera de habitación hubiera sabido algo sobre la persona emprendedora y maravillosa que trenza mi cabello, quien acaba de iniciar su propio negocio de venta de extensiones de cabello? O, ¿qué tal si hubiera sabido algo sobre los millones de nigerianos que también emprenden negocios y a veces fracasan, pero siguen siendo emprendedores?

Cada vez que estoy en casa me enfrento a lo que irrita usualmente a la mayoría de nigerianos: nuestra infraestructura deficiente, nuestro gobierno fracasado, pero también me encuentro con la increíble resiliencia de las personas que prosperan a pesar del gobierno y no gracias a él. Todos los veranos imparto talleres de escritura en Lagos, y es impresionante ver la cantidad de personas que se inscriben y la cantidad de personas ansiosas por escribir y por contar historias…

Las historias importan. Muchas historias importan. Las historias se han utilizado para despojar y para difamar, pero también se pueden utilizar para empoderar y humanizar. Las historias pueden romper la dignidad de las personas, pero también pueden reparar esa dignidad rota.

La escritora estadounidense, Alice Walker, escribió esto sobre sus parientes sureños que se habían mudado al Norte. Les mostró un libro sobre la vida sureña que habían dejado atrás. “Estaban sentados, leyendo el libro, escuchándome mientras yo lo leía, y fue así que sintieron que recuperaban una especie de paraíso”. Me gustaría terminar con esta reflexión: cuando rechazamos la historia única, cuando nos damos cuenta de que nunca hay una historia única sobre ningún lugar, recuperamos una especie de paraíso. 1

Esta lectura también está disponible como un video con subtítulos en español.

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— Gabriela Calderon-Espinal, Bay Shore, NY